Las Bolivias después del Bicentenario IV

Inicié la primera de mis columnas “Las Bolivias después del Bicentenario” (06/04) aclarando que había «encontrado artículos de opinión que me han sido muy interesantes lecturas, ya sea por coincidencia o por discrepancia» y en otra después me autopropuse «una pregunta obvia pero inescrutable hoy: ¿Qué nos espera después del Bicentenario? Sin embargo, cada vez me detengo más en el camino para llegar a ese Bicentenario y lo que nos esperará a las Bolivias».

Esta semana me llegaron dos documentos para pensar profundamente hacia adelante, sobre todo porque ambos tienen la marca de 2025 y nos conminan a actuar con prevención, preparación y mucha resiliencia. Me refiero a “Los escenarios urgentes después del censo” de Carlos Hugo Molina (El Deber, 30/04) y la larga entrevista a Jorge Akamine “Censo 2024: ¿Qué sigue?” (De frente con Óscar Ortiz, 24/07).

Empezaré con Akamine por la exposición etápica que nos provee. Actual presidente del Colegio Nacional de Economistas y miembro en 2022 del Comité Interinstitucional que elaboró la propuesta cruceña —contrapropuesta desde la realidad a la del Gobierno en ese momento—, la información que nos da nos permite seguir la razón de las etapas comprometidas por el Gobierno: ahora en agosto los resultados nacionales (fundamental para la redistribución o no de diputaciones), para final de este año los subnacionales (base para la reformulación de la geografía electoral y el futuro PGE); la importancia del cumplimiento de las fechas comprometidas para estos resultados con respecto a 2025 —redistribución de recursos, coparticipación tributaria, Pacto Fiscal y representación político-parlamentaria (que incluye el mencionado remapeo de circunscripciones)— y después, imbrica el contenido de su entrevista con la columna de Molina, centrada en los porqués y las urgencias de este Censo.

El análisis de Molina va a extender dos elementos: el mestizaje boliviano —entendido desde el punto de vista de integración, mezcla sociocultural—, algo que vengo defendiendo de 2011 (con muchos otros) antes del anterior Censo reafirmando lo que siempre sostuvo el antropólogo y sociólogo brasileño Darcy Ribeiro: «Los neoamericanos, producto del mestizaje, componen la mayoría de sus habitantes [de América Latina]. El resultado ha sido un pueblo mulato de negritud y mestizo de indianidad» (“La nación latinoamericana”, NUSO, N° 180-181, 2022); el otro —indisolublemente ligado a ese mestizaje sociocultural, que es su consecuencia— es la migración del campo a la ciudad.

Certeramente, Molina —Padre de la participación Popular, exPrefecto y reconocido investigador— los vincula «con el modelo impuesto por los triunfos electorales del Movimiento al Socialismo y la instauración de un estado “originario indígena campesino”; mientras la realidad mostraba una sociedad boliviana que abandonaba el campo y crecían las ciudades, el gobierno establecía un discurso ideológico [que yo declaro claramente indianista y, por ende, racista y antinacional], aprobaba políticas públicas y destinaba recursos para la inversión en sentido totalmente distinto», tergiversando la realidad nacional y, peor, hundiendo la nacionalidad en lo que Molina identifica claramente como “oportunismo político” que terminó creando «una suerte de reservación racial de 36 parcialidades, insostenible en pleno siglo xxi» y que Molina resume definitivamente: «Un campesino, de cualquier signo político, deja de ser campesino si abandona el campo y se traslada a vivir a una ciudad, pues no traslada su modo de producción, sin modificar su opción ideológica» y que cierra en una denuncia muy clara de la demagogia oportunista del falso “Proceso de Cambio”: «Un indígena y un originario pueden continuar con su cosmogonía y su visión de la vida si se trasladan de la selva a la ciudad, pero no traslada su modo de vida porque en ella no hay cacería, pesca ni recolección, debiendo vivir en un medio hostil en el que lo único que puede ofrecer es su fuerza de trabajo por culpa del estado que no lo ayudó a desarrollar los instrumentos que necesitaba para su nueva existencia [ni] ha logrado destinar recursos efectivos para que las nacionalidades, en su lengua y escritura [si las tuvieran], hayan logrado institucionalización e incorporación en la vida cotidiana de la sociedad boliviana». La conclusión es de Perogrullo: La migración campo-ciudad como generatriz del mestizaje conlleva la desaparición de la dicotomía excluyente urbano-rural.

Me queda un punto importante, que se infiere de ambos trabajos: la representatividad democrática del ciudadano boliviano, que parte de dos aspectos —a mi entender democráticamente corruptos en Bolivia como en Venezuela—: el valor del voto, cuyo “peso” electoral es distinto para circunscripciones electorales urbanas y rurales —incluso entendiendo que la mayor territorialidad rural (por la expansión dispersa de su electorado) puede ser de una moderada justificación— y “el elector de primera y el de segunda” con las circunscripciones especiales, donde esa diferencia se agrava (su crítica podría aparejar la etiqueta de “racista” independiente de su racionalidad), constituyendo una segregación real respecto del resto de los que formamos la Nación Boliviana para quienes la detentan (y no digo “disfrutan” porque no lo creo porque el ejercicio de su “particularidad autónoma” queda sólo en lo simbólico) en el modelo demagógico de la Constitución de 2009, “cosida” para el MAS (y para Chávez en el 1999 y Correa en 2008) por sus asesores neocomunistas españoles del Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS, luego generatriz del ahora casi desaparecido partido PODEMOS).

Me salto el Padrón Electoral (contrastable en buena medida con los resultados censales si son fiables), el pleno ejercicio de las autonomías y el guirigay de elecciones judiciales —engendro sin meritocracia pero con partidocracia— y primarias —¿de uno? Al final de 2025 llegaremos a una elección que —al día de hoy— será entre un MAS implosionado o dividido (depende de lo extremo de la confrontación) y un arco de opositores —la mayoría repetidos y desgastados— con propuestas —hasta ahora— fracasadas, desfasadas o “epidérmicas” que no logran mover oposiciones.

Ojalá me equivocara.